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Una ventana al Museo del Virreinato


Un pedazo de historia. Una escuela congelada en el tiempo, llena de obras de arte que veo todos los días, dicen que es visitada por miles de personas al año, uno de los centros turísticos más explotados por los políticos. Una catedral que hechiza por piezas bañadas en oro como el digno tesoro de un rey, los jardines son adornados con flores y los pasillos con pinturas que dan color. ¿Qué nos dirían las paredes si hablaran? Cuántas historias de amor entre españoles y esclavas, entre clérigos y monjas, entre profesores y alumnas, entre guardias y guías. Si tan solo una de esas paredes me susurrara al oído todo lo que ha visto... Ese fue mi sueño desde niña, mi padre trabajaba como guardia así que venía mínimo 3 veces a la semana al Museo Nacional del Virreinato. Él es el encargado de la seguridad del museo, Guillermo López, le decían don memo, a mí siempre me contaba las historias tenebrosas que le pasaban en su trabajo: que si la monja le tocó el hombro, que si ya vio al padre que se había caído del campanario, que si veía a una indígena llorando por sus hermanos caídos. A mí siempre me gustaba escucharlo, pero nunca vi nada, me pareció mágico con todas las salas que hay en ese lugar, frente a la plaza emblemática de la cruz del lugar entre jorobados: Tepotzotlán. La ubicación nunca la voy a olvidar, mi padre me la hizo aprender de memoria por si me perdía: plaza hidalgo no. 99, en el barrio San Martín Tepotzotlán, Estado de México. Ahora reconocido como pueblo mágico desde 2002 por la Secretaría de Turismo. Mi nombre es Mariana López Cruz, prácticamente he crecido en este museo, desde hace 6 años trabajo como guía de turistas en este recinto, me sé de pe a pa donde están las salas que hay en cada una. Soy la guía más joven, tengo 28 años y vivo cerca de mi trabajo, afortunadamente. Las puertas de este recinto fueron abiertas en 1964, donde se inició el estudio y la categorización de las piezas que se exhiben. Paseo por la historia En las paredes y las voces de los que conocen la historia se dice que en 1580 los jesuitas crearon un Colegio de Lenguas Indígenas para aprender náhuatl, mazahua y otomí, al aprender su idioma creían que la conversión ideológica sería más sencilla, cuando abrió eran 12 personas que asistían, estuvo abierta por más de 200 años. La construcción fue por etapas, pero fue terminado aproximadamente en dos siglos de 1580 a 1767. El conjunto está hábilmente resuelto en tres niveles. Tiene una  red de circulación de corredores internos y cerrados que están conectados entre sí y que unen las dependencias de los diferentes patios aprovechando la topografía del lugar. Los atrios y la huerta rodean el edificio, según algunas placas dentro del museo. La construcción inició con el claustro de los aljibes para los jesuitas y la capilla doméstica. La segunda etapa se construyó en 1670, fue el templo de San Francisco Javier, actualmente de esa parte solo queda el campanario que se ve desde afuera.

En la tercera parte se hicieron ampliaciones y el sistema hidráulico. Y en la última quedó finalizada la fachada actual del templo de San Francisco.

Este centro educativo era de los más importantes de la Nueva España, además su desarrollo económico y cultural fue gracias a sus extensas tierras, haciendas y ranchos.  El seminario de San Martín era donde los niños indígenas tenían educación básica y la doctrina católica por tres años. En 1767, el rey Carlos III expulsó a los jesuitas por el acuerdo político borbónico, el edificio quedó abandonado. Ventanas al pasado Siempre llego por la entrada principal a las 8 am, una hora antes de abrir, el pequeño jardín adornado por árboles que tienen más años que yo, la entrada de piedra gris me da la bienvenida, toco ligeramente y don Carlos me abre, es el guardia, todas las mañanas lo encuentro con la señora Guadalupe, la encargada de la taquilla, siempre me ha parecido un lugar curioso: un espacio de tres por cinco metros, con una gran ventana de vidrio y solo un pequeño hueco donde se dan los boletos.

El lugar está rodeado de carteles en los que se indica el costo es de $70.00, descuento para alumnos y profesores, horarios (9:00 a 18:00), las actividades culturales y las exposiciones temporales que se encuentran en el lugar, siempre el cartel con información del museo.

Paso después por el detector de metales, dejo mis cosas en la sala de descanso, me coloco mi chaleco azul marino donde viene mi gafete de guía. Todos los días inicio con grupos de 10 a 20 personas, regularmente familias o extranjeros. El recorrido inicia con las exposiciones permanentes. Los temas son el México virreinal con 20 salas que inicia con la conquista con maquetas dando una imagen de cómo era la zona, fotografías, pinturas, esculturas, cerámica, textiles y grandes letreros con información tanto en español como en inglés. Después la primera sociedad virreinal en el cual las piezas de herrería muestran la atmósfera cultural del choque entre Europa y México. Luego la integración de la Nueva España en donde las pinturas de colores vivos te muestran las escenas cotidianas alrededor de la religión y concluye con las reformas borbónicas centrada en los retratos de los españoles desde niños hasta familias enteras.     Después pasó a la colección de monjas coronadas donde se pueden observar las pinturas de estas mujeres dedicadas a Dios ya sea ejerciendo el oficio o después de su muerte, unas hermosas coronas de flores, principalmente rojas y rosas, adornan a las madres. Continúo con las artes y oficios de la nueva España en donde un cristo de 2.5 metros con una cruz tallado en madera adorna la sala, así como muebles y pinturas de hombres trabajadores que pertenecían a gremios, esta colección se reunió gracias a organizaciones y familias que donaron dichas piezas. La última es Oriente en Nueva España, un hermoso lugar donde figuras y piezas de marfil, porcelana y taracea fueron traídas gracias al comercio.

Las exposiciones temporales provienen de muchas partes de la nación, claro que relacionadas al Virreinato, se traen piezas hermosas que me encanta conocer.

Regularmente duran de 4 a 6 meses, se promueve la visita para que los intercambios sigan. Aprendo cada vez que llegan estas colecciones, nos preparamos mínimo una semana antes de su llegada documentándonos para explicar a los visitantes. En el lugar se resguardan 34,000 piezas (pinturas, esculturas, gráficos, artes decorativas o suntuarias, libros e instrumentos musicales), principalmente de los siglos XVI al XIX. El origen del acervo también es variado, ya que a las obras que se conservaban en el antiguo Colegio de Tepotzotlán se sumaron otras procedentes del Museo Nacional de Antropología, el Museo Nacional de Historia, el Museo de la Zona Arqueológica de Teotihuacán, el Museo de Arte Religioso de la Catedral de México, el Museo de la Charrería, entre otros, así como piezas decomisadas por la Procuraduría General de la República y otras más donadas por particulares. Mi lugar favorito es la pequeña biblioteca, es una representación de un estudio: muebles de madera repletos de libros, pero la mesa es el punto principal de la obra donde hay manuales, un tintero y una pluma. El olor a libro viejo es embriagador, los libros más antiguos se guardan en un lugar especial donde los visitantes no tienen exceso. Regularmente me dan mi hora de comida pasando las 15:00, como rápido cerca del museo, en una cocina económica y regreso al jardín central donde hay un pozo sellado para evitar accidentes, pero es lindo sentarme y ver a los niños jugar en el lugar. Retrato de un hogar Piedras grises con acabados barrocos siguen de pie entre jorobados, frente a una cruz donde la danza prehispánica tiene vida tres veces a la semana, los árboles son los guardianes de los jardines, las piezas de arte son los residentes y los trabajadores meros seres de paso en un pequeño lapso de existencia del lugar.

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