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Mi historia... a todo galope

|Por Adriana Zirate|


Caballito 1


Me llamo estatua ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como “El caballito”, sí, soy esa estatua que se encuentra ubicada frente al Palacio de Minería y el Museo Nacional de Arte; soy esa estatua en la que todos van a recargarse cuando esperan a alguien con un poco de ganas de cultura o a quien entró a ver alguna exposición al MUNAL, o simplemente soy un buen lugar de descanso si pasas por Tacuba 8 después de una caminata por el Zócalo de la Ciudad de México, ¿por qué? porque doy un poco de sombra. Mido casi 5 metros de altura, le pego a los 2 metros de ancho y 5.40 metros de largo; todas mis esbeltas medidas en bronce son suficientes para que una madre le diga a su hijo pequeño, cansado y agotado por el calor: “Córrele, siéntate en el caballito”.


¿Qué estoy haciendo aquí? Aún no lo sé, mi edad pasa el bicentenario y ni unos ni otros entienden el por qué de mi creación, la cuestión es que he pasado por mucho, he estado al borde de la muerte, tras las rejas y he sufrido por traslados y cambios que me causaron problemas en mi adolescencia.

La historia cuenta que antes de mí, hubo una estatua de madera hecha por un indígena escultor de Tlatelolco, la cosa es que este material no es muy resistente si de estatuas hablamos, por eso murió joven, una vida verdaderamente corta que no pasó los 2 años.

Era 1795 cuando el Virrey Miguel de la Grúa, Marqués de Branciforte, estaba haciendo un decadente trabajo en La Nueva España, los derroches y su pésima administración, lo orillaron a querer disculparse con el Rey de España (Carlos IV), mandando a hacer un monumento en su honor.


Caballito 2


Manuel Tolsá

Mi padre, Manuel Tolsá, acababa de ser nombrado director de la Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes, así que fue el elegido para este proyecto. Pero necesitaba un lugar para trabajar, así es como consiguió espacio en el colegio de San Gregorio, mi lugar de nacimiento, hoy Universidad Obrera.


Caballito 3


Vaya que mi creación fue larga, siete años transcurrieron para poder ver la luz al ubicarme en la Plaza Mayor, ¡interesante!, he escuchado que el humano promedio, tarda 9 meses en nacer, pero claro que ellos no pesan 6 toneladas.

Cuando salí, me sentí tan feliz, hicieron una fiesta para celebrarme, era el primer monumento levantado de una figura pública en toda América, no sabía lo que eso quería decir, pero debía ser razón suficiente para sentirme grande y poderoso.

Mi ego creció cuando me compararon con la escultura del Emperador de Roma Marco Aurelio, y todo marchaba bien, pero al parecer había problemas que desataron una guerra de Independencia, misma que ganó el ejercito Trigarante y una vez posicionado el primer presidente de México, Guadalupe Victoria ordenó que me fundieran para convertirme en monedas, él odiaba que las patas del caballo en el que estoy montado, pisaran unas flechas, pero yo qué iba a saber que éstas representaban la dominación española sobre los aztecas. Entré en crisis, afortunadamente el señor Lucas Alamán lo convenció de esconderme para que el pueblo no me viera.

Recuerdo 1822 como el primer año de melancolía de esas tres décadas encerrado en la Real y Pontificia Universidad de México, fueron verdaderamente eternas y aburridas.



Mi felicidad regresó cuando volví a ver el sol, ahora estaba ubicado en una de las glorietas más importantes de la ciudad: la intersección vial de Paseo de la Reforma y avenida Juárez y Bucareli. Pero en cuanto salí, seguía habiendo conflictos, escuchaba a los ciudadanos decir que una parte del territorio estaba siendo vendido, ahora Texas ya no pertenecía a México. ¿Quién era Santa Anna y por qué estaba haciendo eso? ¡Explíquenme!, que acabo de salir de mi celda y no entiendo nada.


Caballito 4


Me calmé un poco cuando me enteré que las balaustras tras las que me habían puesto tantos años, estaban siendo utilizadas para hacer bancas en la Alameda. Al fin su uso sería favorable, para que la gente se sentara a descansar y no para quitar libertad.

Estuve aquí mucho tiempo, 127 años para ser exacto, muchas generaciones pasaron frente a mis ojos, recuerdo que niños se trepaban en mi caballo, simulando estar cabalgando conmigo, incluso el reconocido fotógrafo de la ciudad Héctor García, tomó alguna foto al respecto por ahí de la década de los 50, lo cual me recuerda lo mal que la pasó la gente en esos años, pues se formaban nubes de polvo que ocasionaban enfermedades respiratorias. Yo las soporte muy bien, pues no tengo pulmones, tráquea y todo ese sistema. Conforme pasó el tiempo, estas nubes de polvo se sustituyeron por otras como el smog.

Ocurrieron una serie de acontecimientos que requirieron de otro cambio de lugar: el terremoto de 1957, el cual dejó daños en muchos edificios que estaban a mi alrededor, y para su remodelación y restauración, era necesario irme de ahí.


Hoy se encuentra en mi lugar, una figurita amarilla que dicen que es para hacerme honor, le dicen “Caballito amarillo”, aunque de caballito no tiene mucho, pero bueno, algo interesante hizo su padre Enrique Carbajal (Sebastián), con esas 80 toneladas de acero.

Actualmente me encuentro en la plaza Tolsá, llevo aproximadamente 4 décadas en este lugar, no sé si éste sea el definitivo, no sé si voy a seguir paseando por la bonita Ciudad de México, pero mientras esté aquí, disfrutaré de la vista al palacio de Minería y disfrutaré de la gente que gusta recargarse en mí, mientras veo las estaciones pasar.



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