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Estimado Alfonso:

Actualizado: 3 ene 2020

Alfonso, leí tu carta desde el punto de vista de la nieta de Cleo y, con cada segundo, escuchaba una palabra de esas historias que cuenta una y otra vez cuando nos sentamos a la mesa.

Aunque claro, no todas las Cleo tienen la suerte de la tuya y no todas las familias tienen la suerte de que una Cleo llegue hasta su puerta.

Los talones partidos de mi Cleo pisaron la Ciudad de México por primera vez en los años 50; con sólo 12 años dejó su pueblo en la sierra norte de Oaxaca para venir a la capital en busca de progreso, siempre teniendo en mente el sueño de su padre: que algún día su niña regresara al pueblo hablando español.

Mi Cleo se convirtió en madre antes de dejar de ser una virgen; una niña criando niños.



Después de más de 60 años ha perdido la cuenta, pero, no olvida los nombres y las caritas de esos bebés que dormía, alimentaba y bañaba todos los días hasta que se convertían en niños grandes y que meses o años más tarde se abrazaban a sus piernas llorando y pataleando cuando Cleo tenía que irse porque estaba en cinta y la patrona no la ocupaba más "así", o porque Cleo no podía aguantar más humillaciones o porque era hora de que la familia se fuera de México.

Mi Cleo amó tanto a sus niños como ellos a ella; los amó tanto como a las 4 criaturas que nacieron de su vientre, quienes la hicieron salir a buscar una casa donde la aceptarán con al menos uno de ellos mientras a los demás los cuidaba otra persona.

Mi Cleo encontró el camino a esa familia que le dio la casa donde criar a sus hijos a cambio de criar un par más; donde sus hijos sanguíneos y los “niños de la casa” fueron hermanos jugando en el mismo jardín, donde los niños tenían dos mamás (sí, las buenas patronas también tienen algo que enseñar y se les llega a amar tanto como a una madre) y donde todos “son de la familia”, aunque el cuarto de servicio, los platos y cubiertos separados y el: “Cleo, ¿le traerías un tecito de manzanilla al señor?” no le permitían olvidar quién era quien.



Mi Cleo celebró a Patricia y a Paola cuando se graduaron, consoló a Alejandro y a Sergio a la orilla del ataúd de su madre biológica, lloró junto con Doña Estelita cuando le mataron a su hijo y tuvo que explicarle a Tatiana y a Jaime que no los vería más porque era hora de que ellos regresaran a Estados Unidos.

Como seguramente tu Cleo vivió momentos de regocijo y de desgracia a lado de tu familia, siempre tendiéndoles la mano a ti, Alfonso, y a tus tres hermanos: Alfredo , Cristina y Carlos.


Después de semejante carta de amor, decidí responder; lo hago yo, porque mi Cleo no sabe leer ni escribir, pero, con tu poema cinematográfico le has llegado al corazón reviviendo cada uno de sus recuerdos: su primer amor, quien también la llevó a la Alameda y que, de igual manera, le falló y al ver las imágenes de esas colonias que ya no existen: La Roma, La Condesa o Santa María la Ribera recordó a su “paisanas” con las que trabajaba.

Mi Cleo se llama Chela y la tuya se llama Libo. El nombre de Cleo cambia con cada una de las 2.3 millones de trabajadoras domésticas que hay en nuestro país.

Con tu carta de amor a las empleadas domésticas nos has dejado ver que no importa la década; la historia de Cleo no varía mucho, siempre con la esperanza de progresar.

Esta noche tu poema visual titulado Roma te ha consolidado como Alfonso Cuarón. Libo está orgullosa del niño que crió, yo espero que mi Chela se sienta así de mí algún día.


Gracias por ROMA

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