19 de septiembre en la historia del Museo Mural Diego Rivera
- Argelia Martínez
- 17 sept 2018
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 3 ene 2020
Argelia Martínez|
El 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 am llegaría el fin de la época de gloria de los dos hoteles más emblemáticos, lujosos y elegantes de la Ciudad de México durante el siglo XX: El Hotel Regis y el Hotel del Prado. El sismo de 8.1 grados registrado aquella mañana derrumbaría el primero de ellos y dañaría tan gravemente la estructura del segundo que éste tendría que ser demolido en su totalidad. Si el Hotel del Prado hubiera caído a la par del Hotel Regis, al dolor de la pérdida de vidas humanas se hubiera sumado la pérdida de un tesoro muy valioso: el mural de Diego Rivera “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. Actualmente sólo quedan fotografías de estas magnas edificaciones, pero sobre la obra de Rivera recae la historia de estos dos hoteles. Y que no se malinterpreten estas palabras, pues “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” resplandece por sí solo, misma razón por la que se edificó un museo destinado únicamente a esta obra. Ubicado en el corazón de la capital mexicana, en la calle Balderas se encuentra el “Museo Mural Diego Rivera”.
Entre los miles de damnificados del sismo del 85 también estaba El Mural. La casa donde nació se encontraba seriamente dañada. Corrió con suerte de no morir entre escombros; debido a lo lujosa que era su residencia, seguro no hubiera sobrevivido porque, a pesar de ser un chico alto de 4.7 metros y tan robusto como 1560 centímetros, 11 pisos de puro concreto hubieran caído sobre su inmóvil figura y no hay ser que sobreviva a algo así. Además, a diferencia de los otros damnificados, él no podía salir corriendo de casa antes de que el techo se viniera abajo. Ante su futuro tan incierto se encontraba solo, pues su padre, Diego Rivera, para entonces ya no vivía.
El Mural fue traído a este mundo por las manos de Diego Rivera, y aunque pocos lo saben, tiene mamá, Rina Lazo y otro papá, Pedro A. Peñaloza. Desde antes de nacer ya estaba destinado a la riqueza y a la popularidad gracias a su hogar, uno de los edificios más lujosos de la época inspirado en los modelos norteamericanos y europeos, construido por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia.
Su nacimiento, naturalmente, fue polémico pues su padre decidió tatuarlo con la frase “Dios no existe”, dicha por Ignacio Ramírez, el Nigromante. El arzobispo primado de México, Luis María Martínez armó un escándalo y se negó a bendecir el Hotel del Prado; Diego Rivera sugirió que el arzobispo bendijera “solamente” el hotel y dejara que él y su mural se fueran al infierno. El recién nacido se encontraba en medio de una lucha entre un grupo de ultraderecha conocido como “Los Conejos” (quienes orquestaron atentados contra la obra de Rivera logrando borrar la frase a punta de martillazos) y artistas como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, José Chávez Morado y el dr. Atl, quienes volvieron a escribir “la frase atea” (apodada así por la prensa). Pero, en fin, esa es otra historia…

El Mural vivió la primera parte de su vida justamente donde nació: en el restaurante Versalles, dentro del Hotel del Prado. El edificio, que contaba con decenas de habitaciones, piscina y hasta cine tenía que compartirlo con sus primos: obras de Roberto Montenegro y Miguel Covarrubias. Pero el Salón Versalles era sólo para él. Era un niño tan bonito que artistas como Edith Piaf, Barry White y Agustín Lara iban a cantar hasta su aposento. Pero al ser sólo un chamaco, y como el ambiente donde yacía era usado como restaurante y salón de fiestas, las actividades allí desarrolladas “comprometían su integridad”. Además, su padre deseaba que todos los que visitaran el lugar admiraran su creación, así que tomaron la decisión de trasladarlo al vestíbulo del hotel, donde pasaría los siguientes 25 años de su existencia.
La mañana del 19 de septiembre de 1985, cambiaría radicalmente la existencia de El Mural. Su hogar no volvió a ver el resplandor de sus días anteriores, donde sus fastuosas instalaciones y su privilegiada vista hacia la Alameda Central atraía a los huéspedes nacionales y extranjeros más ricos de la época. El edificio que fue uno de los lugares más famosos y de mayor interés en la capital mexicana, se encontraba inhabitable, sombrío y a punto de derrumbarse con El Mural en su interior. Pero cuando una nación te adora, no te deja morir. Hace lo imposible: incluso trasladar 35 toneladas al otro lado de la calle.
El Mural requirió un grupo de rescatistas un tanto distinto al de las demás personas, necesitaría algo más que una camilla y oxígeno. Sus topos fueron un grupo de restauradores, a cargo del especialista Tomas Zurián. Fue así como se mudó por segunda ocasión, y esta vez a una casa nueva, una sólo para él, cual premio de consuelo por su desgracia. La mudanza fue toda una hazaña, pues fue necesario más que un flete.
Al contrario, se necesitó de todo un grupo interdisciplinario de especialistas del Centro Nacional de Conservación de Obras Artísticas del Instituto Nacional de las Bellas Artes y de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Por el tiempo de traslado cualquiera hubiera pensado que El Mural se iba a otro estado de la república, pero en realidad sólo cruzó la avenida. Pues aun con nuevo domicilio no podía abandonar sus raíces: La Alameda Central.
Fueron 12 horas de arduo trabajo, pero por fin El Mural se encontraba en su nuevo hogar, éste se edificaría donde se encontraba el estacionamiento del Hotel Regis.
Este año el “Museo Mural Diego Rivera”, la meca de la Alameda Central, cumple tres décadas de abrir sus puertas a todo aquel que esté interesado en ver “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, la obra que alberga 4 centenarios de los casi 500 años de historia que tiene el parque público más antiguo de la Ciudad de México: la Alameda Central, lugar que albergó desde, el quemadero de la Santa Inquisición de 1596 a 1771, hasta las oficinas de El Imparcial, diario que introdujo el periodismo moderno en México.
Si tú eres uno de los curiosos que quiere ver a Hernán Cortes, Sor Juana Inés de Cruz, Maximiliano de Habsburgo, Guadalupe Posada, Ricardo Flores Magón y hasta a Quetzalcóatl conviviendo en un solo lugar, puedes visitar este museo de martes a domingo de 10:00 de la mañana a 9:00 de la noche, con un costo de $35 pesos, los domingos la entrada es gratuita. Después, puedes pasear por la Alameda Central y observar que Diego Rivera no mentía, pues el malestar que veía en nuestra sociedad sigue aquí, con los mismos colores y viveza de siempre.
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