Una pluma menos
- Eva Rosete
- 1 sept 2018
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 21 sept 2018

Un día más de rutina, David López despertaba cansado, con hueva de ir a dar clases que a nadie le importaban, de estar en un maldito salón rodeado de rostros sumergidos en la pereza y la indiferencia, lo peor, es que serían las plumas que informarían a las nuevas generaciones. De pensar que tenía que aguantar caras de sus estudiantes, soportar a las maestros hipócritas que sólo pensaban en el dinero y no como enseñar algo de provecho a sus alumnos, pero sobre todo a las estrictas y ridículas reglas del director. Pensaba, aun acostado en la cama, que sería mejor no ir, pasar por la autoridad de su jefe, pero sabía que no podía hacerlo, la autoridad y el terror que le ocasionaba provocaba un no sé qué en su interior, que de pensar en la regañada, las horas extras con grupos de castigo y, sobre todo, el vacío en su nómina por el día de asueto, logró que se levantara de su cama y emprendiera el viaje a la Universidad. Pero una llamada lo salvó de presentarse al trabajo, tuvo una noticia impactante, su compadre Miguel le comunicó que su ahijada, Pamela, había sido asesinada fuera de su casa. Ella estaba trabajando en Michoacán como corresponsal en Animal Político. Al escuchar lo que pasó el dolor y furia lo envolvieron, ¿Cuántos muertos necesitaba el país para cansarse? ¿Cuántos reporteros muertos tratando de encontrar la verdad?
Sin demora hizo su maleta, llamó a su trabajo e informó que tenía que salir de viaje, ya no le importaba el castigo, sabía que necesitaba estar con sus compadres y encontrar respuestas.
Fue a la central de Autobuses del Norte, pidió su boleto en el primer módulo que vio,faltaban dos horas para irse, se sentó en el piso, observó pasar a las personas, de aquí allá se escuchaba el barullo. A su memoria llegó el día en que dejó a Pamela en su camión, estaban amigos y familiares, algunos lloraban y otros la animaban a seguir su sueño. Antes de subir a su camión, se habían apartado del grupo.
–¿Estás nerviosa Pame?
–Un poco, padrino, ya sabe como están las cosas en el país para los reporteros –le dijo un poco angustiada.
–Lo sé, ¿a poco no te acuerdas lo que te dijo tu papá cuando entraste a estudiar periodismo?
–Claro que sí, que me metería a clases de tiro y me compraría un chaleco antibalas –dijo con una risita.
–Tranquila, Pame, claro que las cosas están rudas, pero acuérdate de protegerte como profesional y como persona. Si tu sueño está en ese autobús, ve tras de él.
–Está ahí, en la calle.
Y ese sueño la mató.
El país la mató.
La corrupción la mató.
Los marinos la mataron.
Y sabía muy bien porque ella le había contado en el último e-mail que había conseguido el contacto de un muchacho parte del Cartel de los Z que se quería salir, no sabía si podría irse con vida o si, resultaría su escape, pero antes quería contarle todo: cómo los reclutaban, quiénes traían a los chavos de la capital, cómo se manejaba la droga, a cuántos había matado, de quiénes sabía que estaban al tanto de sus operativos, los nombres de personas desaparecidas y las ubicaciones de esos cuerpos.
Una bomba de información. Así lo había llamado ella.
Sus pensamientos se interrumpieron por la llamada de Marisol, amiga de la universidad de David y Miguel, su compadre también le había informado de lo que pasaba y ella estaba acomodando todo para irse en la madrugada con ellos.
–¿Cómo chingados pasó eso. David? Si era una niña, ya tenía 3 años viviendo allá y trabajando para ese periódico.
–Sí, era una niña –pero le quiso decir que apenas llevaba un año viviendo en ese lugar.
–No manches, Miguel y Carmen están destrozados, ella casi no habla. La pinche PGR dice que fue su culpa porque tenía que ver con el narco, ¡NO MAMES! Los que están con el narco son esos hijos de puta.
–Eso sí.
–Voy de camino a mi trabajo, pediré unos días para acompañarlos, el hermano de Carmen anda en California, no se puede mover porque sigue sin papeles.
David sabía que muchos de sus amigos irían porque Miguel los consideraba hermanos y todos vieron crecer a Pame, todos se animaron cuando ella les dijo que quería estudiar Periodismo. La voz de su amiga se escuchaba a lo lejos mientras se quejaba de la burocracia y su jefa. La voz de esa pequeña volvió a su mente: “Quiero ser periodista, quiero ir a la misma universidad que todos ustedes”. Se le oprimió el pecho ante ese tierno recuerdo.
No recuerda bien cómo se despidió de Carmen, pero al terminar la llamada vio que habían creado un grupo de WhatsApp donde estaban los tíos, los primos y los amigos cercanos de sus compadres. Hablaban de quien llegarían por dónde, a qué hora, que llevarían para el velorio. Pero no faltó quien empezara a buscar culpables, algunos decían que fue Pame por estudiar esa carrera o por hacer esa investigación, otros que el narco o los políticos implicados la sintieron cerca y por eso la fusilaron, algunos que sólo mataban a los reporteros porque sí, o que era culpa del periódico por mandarla para el norte. Cada uno daba sus argumentos, pero no faltó la tía que escribió: “Dios la quería a su lado”. David se aguantó las ganas de mentarle la madre.
¿Quién tenía la culpa? ¿Ella? ¿El estado? ¿Los que jalaron el gatillo? ¿Los del narco? ¿Su carrera? ¿Su trabajo? ¿Dios? ¿El capitalismo? ¿Él por animarla a seguir sus sueños?
¿Se necesita un culpable? Sí, y la culpa era de todos por agachar la cabeza y estar hablando en ese grupo en vez de hacer algo por cambiar la maldita situación del país, por permitir que la nación, no, por permitir que el mundo se volviera tan salvaje, por enseñarle a los jóvenes que te puedes indignar y despotricar en redes sociales, pero sin hacer algo importante. Miró al frente, vio una de esas escenas que ya no se ven: un padre le leía un libro a su hija. Sonrió al ver que era la historia de Don Quijote. Fue el regalo que le hizo a su ahijada cuando tenía 11 años, fue de ahí donde aprendió que se debían seguir los sueños sin importar lo locos que sonaran, pero sobre todo que una pluma podía cambiar la historia. –Yo quiero ser una de esas plumas (le dijo con una sonrisa de oreja a oreja, una tarde de verano cuando la pequeña ya había terminado de leer la novela). –Pues ya sabes que hacer, Pame, solo recuerda que necesitas un Sancho. De pronto escuchó que llamaban a los pasajeros de su camión, salió de su trance, sujetó su maleta marrón. Su teléfono sonaba, era su jefe. Lo ignoró. Subió al camión para consolar a sus amigos, para despedirse de la pequeña que silenciaron. Entró al camino que Pame tomó un día para seguir sus sueños. Pensó en todo lo que decían en ese grupo y entendió que todos buscaban un bastón para llevar su dolor. Pero para David el culpable era el sistema que creó la problemática investigada por la joven y para que eso no se supiera la mataron. De camino vió las noticias, una le removió las entrañas: Lo que tenía investigado Pamela fue publicado horas después de su muerte. Debajo de eso, un joven había sido asesinado hace una hora por un grupo de criminales junto a su familia, le decían Franky, era el informante de Pame. Más tarde supo por el grupo que: 10 balas, 3 hombres; uno que dio la orden y dos que la ejecutaron, borraron dos vidas, pero hirieron a muchas más.
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