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Diatriba contra aquello de lo que se pueda estar en contra

| Por: Alec Daniel Jardón Chao


Creo que en este punto todos hemos escuchado el término millennial hasta el hastío —la mayoría de las ocasiones de forma peyorativa—, pero de las bocas de quienes emana el insulto —porque maldita sea, el uso mismo de la palabra lo ha convertido en uno— pinche nunca emana el nombre de los acuñadores del concepto. Es más: millennial ni siquiera se piensa ya como concepto. Ahora designa cosas reales, y eso es lo más estúpido que se puede hacer con un concepto.






No, millennial no designa a algo en el plano de lo real. Es una idea desarrollada en la obra de dos demagogos (la palabra lleva intención: la academia también es una estructura política) llamados William Strauss y Neil Howe, con el objeto de forzar su teoría mediocre, apologista, infalseable y determinista por el culo de la sociología contemporánea y por el orto de la historia de los Estados Unidos. Realmente, lo único que lograron fue facilitarle una justificación a todos aquellos que han arruinado el mundo este último siglo para asegurar que no es culpa suya. La intención de Strauss y Howe no era esto último, ¿pero honestamente qué esperaban que sucedería al segmentar y arquetipificar una sociedad conformada por

individuos cuya naturaleza social conlleva agregarse en grupos alrededor de un ideal, rivalizando con otros grupos e ideales para mantener la cohesión entre sí? O lo que es todavía peor: ¿qué mierda esperaban que sucedería al proponer conceptos pretensiosamente universalizables en una sociedad académica positivista, operacionalista y crecientemente aturullada con lo que es real y lo que es simbólico? Ilustremos: El agua no es H2O. El agua es el agua y H2O es H2O. Sólo un idiota confundiría al agua —un objeto real— con el H2O, una expresión simbólica que, para estudiar al objeto real “agua”, lo representa con signos producidos específicamente para ello. Siguiendo esta línea, se puede decir que

sólo un idiota confundiría a una persona nacida entre 1982 y 2004 con un millennial.


Desde ahí, simplemente es un error monumental usar el término millennial si no se ha

contextualizado que uno habla sobre la inepta teoría generacional de Strauss-Howe. Ahora, incluso haciéndolo, uno tendría que saber las implicaciones epistemológicas que ello supone. En la teoría generacional, los millennials son, en pocas palabras, y escribiéndolo como vulgarmente se dice, la verga. Son optimistas y comprometidos, además de especiales, protegidos, seguros, gregarios, convencionales y demás palabras bonitas. Los millennials transformarán lo que es ser joven (sea lo que sea que eso signifique o lo que hayan querido decir nuestros demagogos autores). Quien pronuncie “millennial” tendría que tener en cuenta que el término connota todos estos ingenuos y esperanzados rasgos. También

tendría que ser consciente de que Strauss y Howe, para determinar y enlistar los rasgos que caracterizan al millennial, tomaron una minúscula muestra de estudiantes de preparatoria de Fairfax, en Virginia. Como buenos científicos que son, es evidente que ellos mismos saben que esa pinche muestra no representa en absoluto a nadie más que a los mismos integrantes de la muestra, y que hacer generalizaciones basándose en resultados como ése es algo muy menso. Por consiguiente, cuando uno habla de millennials, básicamente se está refiriendo específicamente a los como 600 estudiantes de Fairfax entrevistados en el año 2000 por Strauss y Howe.


¿Qué hacer? Bueno, esto pretende ser una diatriba, por lo que yo sugiero hacer lo único que se puede sugerir a través de una diatriba: mandar al diablo. Sí, así es. Mandar al diablo para siempre la palabra millennial y, con ella, toda la teoría generacional de Strauss y Howe. Y ya que andamos en esas, mandar al diablo también a William Strauss y a Neil Howe, pero ya no como autores, sino como personas. Sería muy insensato hacerlo, puesto que no tienen toda la culpa de que nos encontremos en donde estamos, pero sería mucho más insensato no hacerlo. ¿Cómo mandar al diablo a la creación y no al creador? Esto es parejo. Y como es parejo, no estaría mal mandar al diablo de una vez a la academia científica, que por

ideologizada y politizada permitió que todo esto acaeciera. Tampoco estaría mal que la institución artística se fuera al diablo, si uno lo piensa bien. El científico pretende hablar de lo que sabe, y el artista pretende saber de lo que habla, pero en realidad son lo mismo; la única diferencia es que al poeta no le exigen referencias bibliográficas. El periodismo y en general cualquier texto de divulgación informativa no se quedan atrás, que de ellos también es culpa —quizás hasta especialmente de ellos es la culpa— que en este punto nos hallemos. ¿Acaso no fueron ellos los que inauguraron el uso descontextualizado y alejado de la teoría del término millennial? Al diablo con ellos. Al diablo, además, con sus lectores. Son los mismos que opinan desinformados: la verdad no está en la noticia. Y que conste que no escribo sobre la sinceridad, y mucho menos sobre la verdad epistemológica. Al diablo todas ellas. La verdad, la verdadera verdad, es inaccesible. Se esté en contra o no de ella, queramos o no, lo sepamos o no, la mandemos al diablo o no, sigue siendo la maldita verdad.

Epílogo

Es manifiesto a estas alturas que redactar bibliografía sería una reverenda mamada. Es por eso que todas mis referencias las dejo como referencias de verdad.

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